19 de marzo de 2013

Demomaquia (Parte IV) | Templos e historia

"Miradles, escondidos tras escudos verdes. Todos ellos morirán hoy. Y muchos de nosotros también caeremos con honores. Ellos son los causantes del mal de nuestra gente. Nuestra urbe  se eregirá como gobernadora de todo territorio, desde las costas del oeste hasta las áridas  tierras del este. Las aguas de este río se han alimentado con miles de años de guerra. Nutridlas pues con su sangre, hijos míos"

La plaza está desierta, tanto frío causa la insensibilidad en mis dedos. Estoy sentado en un banco a unas 150 yardas del portón del templo. No deben ser ni las siete de la mañana, y el sol aún no alumbra la torre del reloj como para permitirme ver la hora exacta. La plaza está desierta. Las puertas del templo están cerradas.

Es gigantesco, siempre que había pasado por delante de la fachada me había sentido como un insignificante grano de arena ante tal majestuosidad arquitectónica. Las grandes columnas con fustes detallados con imágenes de guerras y héroes sostenían un friso liso, sobre el cual se alzaba un frontón semicircular con un altorrelieve de la batalla del delta del Icos, tantos murieron hace tantos años. En el frontón se distinguía una inscripción ya casi ilegible, en una lengua ya largo tiempo olvidada. Mi padre era arquitecto, recuerdo algunas cosas que me contó del templo. El nombre oficial es Templo Magno de Astor el protector. Fue construido en honor a la victoria de éste ante el rey Àn-Ermaugh, de Ifflehim en el delta del río Icos, hace más de mil quinientos años. Según se dice en las antiguas escrituras, la litografía del frontón reza unas palabras que el propio Astor pronunció antes de entrar en combate: "Las aguas de este río se han alimentado con miles de años de guerra. Nutridlas pues con su sangre, hijos míos". Pacíficas palabras para colocar en un edificio público, ciertamente.

La gente comienza a llegar, se han colocado unas vallas de madera adornada con banderas y blosones de la ciudad formando un pasillo desde el centro de la plaza hasta el portón del templo. La plaza se llena de personas, curiosos madrugadores que esperan un espectáculo. La luz del sol matinal baña el espacio y el reloj de la torre se muestra ante todos los que se reúnen bajo su sombra. Son las 11:30.

Queda poco para que llegue el señor, como decían los carteles. Se oye un barullo proveniente del centro de la plaza. Miro de nuevo al reloj, son las 11:44. El carruaje ha llegado. Entre tantos gritos, se para en el epicentro, entre banderas y sobre una alfombra enorme que cubre una gran superficie. Se paran los caballos y los hombres en brillantes armaduras y con largas armas de acero hacen las veces de murallas humanas que separan al gentío del carro. Y entonces las puertas se abren, con un sonido sordo, y un frío aliento parece ser escupido por el interior del templo. Las gentes callan, y entre las sombras del interior aparece una figura atraviada en blanca túnica, con una barba gris que le llega a la altura del pecho. El cerdo del patriarca sale a la plaza y baja el crepidoma acompañado de una comitiva de eclesiásticos, guardias magnos y sirvientes. A su vez, la muchedumbre grita. Parece que el joven del este ha bajado de su carruaje.

Me levanto y me dirijo a mi objetivo. Miro una última vez a la torre y veo un brillo característico proveniente de una de las ventanas bajo el gran reloj. Estoy concentrado y decidido. Hoy la sangre nutrirá algo más que el delta del Icos.

14 de marzo de 2013

Ropas beiges

Un vestido de tela beige, transparente que, con palabras mudas el viento esculpe figura de suaves formas. El barro lo oscurece, no elimina el color carne al ropaje. De tacto rugoso pero agradable, un placer para los dedos. Y qué placer hay mayor que abrazar, como una cinto a una cadera, una vestida por un vestido beige.

11 de marzo de 2013

Demomaquia (Parte III) | El trueno y el espejo

"El disparo se oyó desde todos los rincones de la ciudad, como un trueno seco y cruel que resquebrajaba el aliento de quien lo oía. Cayó muerto el noble, frío, como un rey en jaque mate."

Se daban la mano, como amigos de toda la vida, más no era su amistad un simple acuerdo económico, basado en las mentiras y las traiciones conjuntas ante el débil. Cruzó mi mente volarle los sesos al patriarca, pero eso no dependía de mí. Todo a su tiempo, decía mi abuelo. Ajusté la mira hasta conseguir una imagen tán nítida que podía ver las gotas de sudor resbalando por su frente, parece que el puerco se asa en esos hornos de metal. Apunté ligeramente sobre la cabeza del objetivo para compensar la caída del proyectil a tal distancia, tomé aire y lo solté lentamente entre los labios con un tímido silbido.

Un mínimo golpe de dedo índice, un estallido ensordecedor, una violenta sacudida en la cabeza del noble y una calma incómoda. De pronto, todo se para. Cesa el clamor de las muchedumbres ante el eco del trueno, acrecentado por las corazas de los guardias. Las palomas en la plaza nublan el cielo huyendo del estruendo en bandada. Las sombras de sus alas oscurecen las armaduras pálidas. El Patriarca dedica una última sonrisa afectuosa al señor del este, que lentamente pasa a una mueca de confusión para llegar a una de terror. Y entonces, entre tal silencio, se desploma un cuerpo sobre las alfombras colocadas en la plaza, y poco a poco tornan a un brillante tono carmesí, que sirve de espejo en el cual se reflejan las palomas que se alejan hacia las alturas. Y entonces, el silencio cae víctima de los gritos agudos de la gente, los guardias rodean el cadáver y preparan sus mosquetes apuntando en todas direcciones. Los protectores disuelven a la muchedumbre buscando a alguien sospechoso, con algún arma de fuego. La gente corre, y ante tal caos, los guardias enloquecen. Cogen a un hombre encapuchado que huía despavorido con el gancho de un lucerne y lo hieren de gravedad, me pregunto si lo usarán de chivo expiatorio. Me pesa el daño a los inocentes, pero no depende de mí, yo ya he cumplido, yo ya he desaparecido, entre los tejados de la urbe. Mi trabajo aquí, hoy, ha terminado. Os he dejado el casquillo que ha matado a vuestro señor en la torre, allí tendréis la prueba de quién ha sido el culpable, quizás así salve inocentes. Aunque bien dudo que se molesten en investigar, antes aplastarán a todo el que parezca sospechoso con tal de hacer eterno el terror impuesto. Es hora de que sean ellos las víctimas del pavor del que fueron autores. Las tornas cambian.

6 de marzo de 2013

En sueños

En sueños.

Tan oscuro se presenta el futuro para el viajero, pues no encuentra refugio en siluetas borrosas de realidades deseadas cuya debilidad de acontecer le quita el sueño.

Y resiste, pero su coraza es agrietada por palabras que caen como sentencias.

Y aguanta, pero no hay lanzas ni escudos que le protejan de esto.

Cuando todos sus pensamientos se nublan y sólo la sal de sus heridas perdura, envuelto en una bruma de incertidumbre que le quita el sueño.

Y siempre, no hay sueño a su alcance.

Pero niega despertar, porque sólo tiene sueños.