26 de febrero de 2013

Demomaquia (Parte II) | Como herramientas de un artesano

"Este es mi fusil, hay otros muchos, pero éste es el mío. Mi fusil es mi juicio y es mi vida. Tengo que dominarlo y evitar ser movido por su poder, pues sin mí, mi fusil no sirve; y sin mi fusil yo no sirvo."

Las decenas de voces y diferentes conversaciones que tenían lugar en la plaza se silencian cuando un carruaje entra en la plaza por el lado este. De madera de calidad, embellecido con telas verdes que ondean tras de sí con el movimiento. Las gentes han inundado la plaza y son separadas del lugar del encuentro por varios metros de guardias del patriarca, que amenazan con sus alabardas a los que se acercan demasiado. Piden silencio. Preparo mi Ébano.

Ellos tendrán mosquetes, yo tengo algo incluso mejor. Venida del este, un prototipo de arma de fuego sustancialmente más precisa que las suyas. Lo llaman fusil. Esta es mi Ébano. Pesa diecinueve libras y tiene un cañón estriado de seis palmos, que hace que la munición tenga tal poder de penetración y alcance que puede atravesar una coraza de bronce a trescientas yardas. Una recámara permite disparar tres veces rápidamente mediante un mecanismo de cerrojo antes de tener que prepararla de nuevo. En mis bolsillos guardo una docena de proyectiles, puntiagudos como estiletos que atraviesan hierro, carne y hueso. Acarician el metal de las entrañas del fusil y coloco un proyectil, cierro la cámara y con la palanca la cargo. Mi Ébano. La mira, un prodigio telescópico, me ayudará a tener una vista privilegiada sobre el encuentro. Estaré a apenas unas doscientas yardas del carruaje, nada que no haya hecho ya. Se ha bajado.

Se baja orgulloso, el ruido de las grebas chocando contra el suelo se oye en toda la plaza, con sus galas, capa carmesí y una coraza de acero con incrustaciones de argenta como buen noble; a su cintura, su espada, un estoque con filo cortante. Pelo lacio a la altura de su mentón, ligera barba, facciones suaves y unos ojos que sonríen falsamente a su anfitrión. Su nombre es Àn-Sether, de la familia Ethanestoff, hijo del señor de Ifflehim, reciente protegido del patriarca, una pieza clave del plan dado a continuar el orden establecido. Porta el título de Àn, señal de que pertenece a la casta de los antiguos monarcas del este, antaño grandes dirigentes desde la ciudad de Ifflehim. Hoy en día es una dinastía decadente de un reino que no es ni la sombra de lo que fue. Las ansias de recobrar el prestigio se pueden sentir en sus acciones recientes.

Sé lo que pasa aquí, y aquí estoy para que no ocurra.

21 de febrero de 2013

Demomaquia (Parte I) | Hojas al atardecer

"Brilla con un frío destello al sol del atardecer.  Mi acero es fiel y sirve a la justicia, con muescas que narran sus victorias."


El reloj de la torre marca las once avanzadas. Me encuentro sentado espalda contra la pared bajo el ventanal de la estancia de los mecanismos que hacen que funcione el tiempo, tras de mí la inmensa plaza y el decadente templo. 

Gracias a un pequeño agujero a mi derecha y tomando mi cuchillo en el ángulo perfecto puedo verles aparecer reflejados en la hoja, a lo lejos. Llega la jauría del patriarca, una comitiva de una treintena de guardias. Modernos mosquetes de pedernal, alabardas y lucernes, corazas de metal y yelmos cerrados coronados con penachos rojos que recorrían sus espaldas, como crines de caballos. Eran fortalezas andantes, inexpugnables e invencibles, o eso se dice. Soldados de élite, producto de años de formación, decididos a sangrar por lo que representaba el templo a sus espaldas. 

Comienzan a colocarse en una hilera doble, creando un pasillo que une el inmenso portón con la vía que cruza la plaza. Suenan trompetas. Ya vienen.

10 de febrero de 2013

Descenso

Llueve para todos, indiscriminadamente.
Y lo cierto es que yo me mojo y las gotas me nublan la vista, pero no importa la vista de un ciego en un mundo de sordas mentiras.
En esta experiencia sensible a la que corresponde mi novato corazón defino espirales que guían, ronca y demacrada voz, que susurra baladas, poemas y actos de fe a espaldas del sol.
Actúo y fallo en esta obra póstuma, escrita por un demente que ha perdido el rumbo que le fue ordenado por esta cruenta sociedad. 
No cruel de voraz, ni tampoco de gran violencia; cruel por la lucha y la pérdida. Pero claro, no es cruel, es supervivencia; y por ello soy cadáver, muerto, como una presa.
Me lleva Cerbero en sus fauces terceras, las más oscuras que escupen mares color magenta. De sangres coaguladas y hedor de muerte, castigo de necios y falsos héroes.
Me dirijo al bosque del séptimo círculo, a esperar que mis raíces ahonden hacia el Cocito, y perderme en los hielos de las más indeseables torturas, donde mis fuerzas fallarán y me postraré ante el caído.
Allí donde el aire es ventisca y las cadenas atan la sombra. Con espadas de sangre helada, partiré los aceros sedientos de poder, y todo será nada, en una fría oscuridad eterna.


2 de febrero de 2013

Otro de esos escritos estúpidos que habla de gilipolleces y que, por razones que no alcanzan a mi entendimiento, tanto me rondan en el subconsciente en estos últimos tiempos de forma oscura y dolorosa.

Permíteme recordarte, 
alma de ojos vidriosos;
cuando nos dedicábamos miradas 
en vez de cumplidos.

Cuando mis pasos los guiaba la felicidad
y no una débil esperanza.
Cuando el deseo era pasión
y no crear encrucijadas.

Cuando las palabras eran dulces
y no ácidas y cortantes.
Cuando el calor inundaba el espacio
y los colores eran claros.

Color añil y magenta,
del frío que camuflaban los besos.
Color añil y magenta,
del calor que emanaban sus labios.

Color amarillo y negro,
de sonrisas ensangrentadas.
Color amarillo y negro,
de la locura y la insania.

Llora para mí un río, como decía la canción,
de aguas dulces que revivan mi interior.
En el que se refleje un futuro
que me despoje del temor.
Que así su corriente y cauce
me guíe hacia el amor.

Que vuelvan las fuerzas
a los dedos de mis manos,
para tocar esos acordes 
prohibidos y olvidados.
Pues son acordes felices
exentos de llanto.

El billete, como me dijo el barquero,
pertenece al feliz. Y yo,
alma gris, anido en prados negros;
donde espero mi billete
como devoto un milagro
o agua el sediento.

Pero no me es dado más
que falsa esperanza. 
Igual de útil que para un pez
una fotografía del agua.

Y me hundo hasta el abismo,
donde mi vista no es necesaria.
Y me hundo en la locura,
y mi cordura se desata.

Las luces en las noches
perdieron todo el brillo.
No hay calor que me resguarde, 
de todo este frío.

Designa culpables, traidores y sombras.
No entones siquiera el "mea culpa".
¿Soy mentira y no verdad?
¿Acaso un sujeto a modo de parche?
Sentirse nicotina no es bueno
para alguien que siente todo en balde.