10 de marzo de 2015

El pájaro.

Hoy cuando volvía de la facultad por la avenida de los castros, además de un sol increíble, soplaba un viento considerable. No era nada importante, era una corriente leve para cualquiera, nada que ver con esas ventoladas que te permiten creerte Michel Jackson en Smooth Criminal cara al viento. Sin embargo, cuando me paré en un cruce de peatones a la espera de que el semáforo me dejase pasar (o más bien a que dejasen de pasar coches, porque aquí los semáforos parecen el decorado de una película) vi una escena un tanto curiosa.

Un pequeño pájaro -qué se yo si gorrión o golondrina-, se encontraba volando a contra viento. Algo trivial, sin duda, pero que me llamó la atención pues mi plumífero amigo parecía encontrarse en la ingravidez. No parecía volar, sino levitar en un punto fijo en las tres dimensiones espaciales; y su cuerpo no se inmutaba ni un milímetro mientras batía las alas con esmero. Era sorprendente cómo se mantenía inmóvil en el aire, en un baile hipnótico entre el viento, sus alas y las leyes de la física (y de la termodinámica, por supuesto).

Y esta imagen me dio que pensar. Porque aquí nuestro danzarín de las corrientes ni avanzaba ni retrocedía, sino que se mantenía estable. Sin embargo, para mantenerse estable necesitaba batir sus alas con gran fuerza. La lógica más básica me hacía pensar que para mantenerse inmóvil y estable debiese requerir de dejar de agitarlas. Y para avanzar debería batirlas. Y para retroceder darse la vuelta y volar en la otra dirección (o ser un Colibrí, esos cabrones son novios de la muerte y vuelan de culo como si fuesen artistas de circo). Sin embargo esa lógica aquí no funcionaba. El pájaro, ante la fuerza del vendaval, tenía que esforzarse, tenía que batir sus alas para siquiera quedarse en su sitio. El dejar de batirlas significaría dejarse llevar por la corriente, rompería el equilibrio y probablemente le derribaría contra el suelo. Y entonces, ¿cómo avanza el pájaro? ¿cuán fuerte ha de batir sus alas para ganar a la cruel naturaleza?

Entonces creí capaz de extrapolar esa imagen.

Quizás, el pájaro somos nosotros, y el viento sea la vida a la que tenemos que hacer frente, y si no batimos las puñeteras alas muy fuerte nos hostiamos contra el suelo.

Quizás, tener una vida estable no requiere el no hacer nada bien ni nada mal, sino que tenemos que tratar de ir siempre adelante sólo para evitar retroceder ante las fuerzas de la vida.

Quizás, para avanzar tengamos que sufrir, que sudar y que sangrar en exceso; pues es lo que pide a cambio el viento.

O quizás el pájaro sea lo que es, un animal, un ser salvaje y natural no civilizado; y nosotros somos el viento, tocándole los huevos, haciéndole sufrir para siquiera vivir en estabilidad, porque el pájaro sin duda lo tendría más fácil sin vendavales.

O quizás el pájaro sea el buen salvaje, y el viento es el estado, y yo soy francés y estamos en 1762.

O quizás las alas del pájaro son una pareja de atracadores, y el viento sea un negro con una 9mm, un maletín y citas de la biblia.

O quizás el pájaro seas tú, y el viento soy yo, que te estoy haciendo sufrir leyendo más de treinta líneas de texto que probablemente no vayan a aportarte nada, que no tienen sentido ni razón de ser. Quizás escribo esto sólo para ver lo fácil que es escribir extensamente sobre burdas trivialidades.

O quizás sí lo tiene, y estuve allí parado admirando al pájaro durante un minuto entero, como en las películas cuando el protagonista está paseando por la calle y ve una escena trivial, pero que sin embargo le recuerda a algo importante crucial para la trama, y el prota se queda mirandolo fíjamente mientras la cámara hace un zoom intermitente entre la escena y un primer plano del protagonista.

Quizás yo también he vivido eso.

Bueno, el caso es que hoy he visto un pájaro.

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