8 de enero de 2014

Demomaquia (Parte VII) | Tejados y tabernas

"Y entonces Deacon, hijo del Lord Protector, cayó de su montura en una nube de polvo y arena que cegaba la vista del más certero. Y en aquel desierto de cadáveres y fuego encontró a su padre, yaciente a los pies de estandartes rojos. Pero era ya demasiado tarde, pues Astor ya había comenzado la travesía. Y abrazando el cuerpo de su padre encontró allí un último descanso."

Hace ya diez minutos que apreté el gatillo. Los tejados son más seguros que las calles ahora. Se puede diferenciar la zona de la ciudad en la que estás sólo por sus tejados. En la zona burguesa las casas son individuales, separadas, recubiertas de materiales de calidad y alejadas del centro de la urbe. Al oeste, cerca de Refugio de Amanecer, el palacio del Lord Protector, abundan pequeños palacios de miembros de la élite con estanques de mármol azul en terrazas al amparo del cielo, para recoger el agua de las lluvias. En las zonas de clase media las casas están más juntas entre sí, hechas de hormigón o ladrillo, dos o tres pisos de altura con tejas rojas y a lo sumo alguna tímida ornamentación en mármol como placebo para el ansia opulenta. En las zonas más humildes y los barrios obreros, las casas son compartidas. Una sucesión constante de edificios construidos con piedra, madera o incluso adobe en los peores casos. Los tejados allí son muy inclinados, debido a la poca estabilidad, un muro mayor eleva la construcción por un lateral y con placas de pizarra o un conglomerado impermeable se crea una pendiente hasta el otro muro, para que la lluvia se deslice y no tire abajo el techo. Se distinguen al sur, en la lejanía, como una cordillera con chimeneas humeantes. Ha empezado a llover.

En veinte minutos he llegado al distrito sur, industrial. Conocida es la diferenciación entre los distritos, cada uno dedicado casi a un estrato de la sociedad. Cada distrito es un mundo diferente, con el más humilde al sur extendiéndose hasta la costa de la Bahía de las Ascuas , que más bien parece un cenagal por los residuos y el descuido de la zona. Allí en donde el hedor de la desembocadura de las cloacas te oprime los pulmones viven los desgraciados y marginados de esta ciudad.

El residencial del este llega hasta la Puerta de las Arenas, un paso en forma de triple arco levantado con motivo de las victorias del decimoquinto Lord Protector de la ciudad, Aemoreioth de las Arenas, llamado así por haber nacido en los eternos desiertos de Kamarand, en el lejano noreste, en pleno conflicto contra las hordas hostiles del desierto, en el cual moriría luchando su padre, el anterior Lord Protector. Tras 17 años de senescalía en los cuales el enemigo conquistaría terreno, el adulto Aemoreioth tomó el poder y llegaría el momento en el cual lideraría un ejército de 20.000 hombres en una contraofensiva que expulsaría a los hostiles kamarandinos hasta bien avanzado el desierto y el joven Lord ordenaría levantar una red de puestos avanzados a lo largo del borde del desierto para controlar la frontera. Así se recuerda al Lord Protector, con una estatua de mármol de 10 pies de altura en el centro de la plaza frente a la colosal arcada.

Al norte de la ciudad se halla el distrito militar, más alejado del resto de distritos y separado de ellos por el paso del río Teros por la ciudad. Aquí se afinca la sede del inmenso ejército de la ciudad, o al menos era inmenso en sus años de gloria. Hoy en día está formado principalmente por tercos, borrachos e idiotas fieles la mayoría al Lord y dispuestos a morir por él, o eso dicen. Aún así la élite del ejército se sigue nutriendo de algunos voluntarios con cierto honor, algunos simplemente alistados antaño para defender la ciudad con valor. Lo que antaño era una fuerza imparable de hasta 250.000 soldados, hoy apenas llega a la centena de millar. No es buen tiempo para morir por nadie.

En el oeste, atravesando la Vía de Amanecer que se extiende por el consagrado distrito de la opulencia y encerrado en jardines inmensos se erige en el filo del acantilado el Refugio de Amanecer, el milenario palacio fortificado levantado sobre las ruinas de la original fortaleza de Astor. La construcción de Refugio de Amanecer fue ordenada por su hijo, Aegoth el Cruel, tras acceder al puesto de Lord tras la muerte del hijo adoptivo de Astor, Deacon. Astor tuvo numerosas hijas, pero durante mucho tiempo no tuvo un varón que le sucediese. A los 38 años se comprometió a adoptar al hijo de un buen amigo suyo que habría muerto en batalla junto con él. El joven Deacon fue criado como un hijo natural y se prepararía para gobernar en caso de no tener Astor hijo natural varón alguno. Cinco años después nació Aegoth, y automáticamente sería primero en la línea sucesoria según la Ley. Pero Astor conocía a sus hijos, y cuando Deacon cumplió los 18, su padrastro lo reconoció como sucesor tras su muerte ante el pueblo, para desconformismo de Aegoth. Seis años después, Astor y Deacon morirían en el campo de batalla, dejando el trono libre para Aegoth, con 18 años. Para nada sospechoso.

Bajo de los tejados por una escala de madera y mientras desciendo miro en la lejanía la Torre del Reloj, mi fiel refugio en esta empresa que aún se levanta impasible por encima del horizonte en el último distrito, el central. La Torre del Reloj sirve de corazón para la ciudad, el centro neurálgico de la bulliciosa vida comercial, económica, religiosa y política. Allí la inmensa construcción se levanta en el centro de la Plaza de Astor, donde aún debe yacer el cuerpo del joven Ethanestoff. A sus pies tiene el Mercado Urbano, con decenas de puestos con sus respectivos incansables comerciantes. Al noroeste, el Templo de Astor, el competidor más cercano de la Torre del Reloj en cuanto a materia de tratar de alcanzar el cielo.

Tras tocar suelo sólo tengo que andar unos pasos y cruzar la esquina para encontrarme en la puerta de La Garza Azul, posada y taberna, el típico tugurio rústico con suelo de madera envejecida, vigas carcomidas, cerveza negra en jarras de barro y camas con colchones que parecen estar rellenos de clavos. Me dirijo hacia la barra, donde un viejo hombre se encuentra apoyado al otro lado mirándome de reojo. El tío es enorme, unos 6 pies de altura y la mitad en el ancho de sus espaldas. Su pelo, rojo oscuro como la sangre seca, algo que ninguno oriundo de estos lares ha visto jamás. Todo esto y su bigote que crece hasta las patillas, dejando la barbilla desnuda hacen que el viejo tabernero no sea simplemente uno más por aquí. Cuando llego a la barra, no hay palabras más de las que conforman el bullicio estándar de la taberna, sólo nos miramos durante unos momentos hasta que se le esboza una sonrisa bajo el rojo mostacho.

-Buen día, ¿no crees? -dice en un tono alegre mientras llena una jarra con cerveza del barril -Hoy el aire está menos ácido que ayer.

Poso mis cosas junto a la barra con cuidado.-¿De verdad vamos a hablar del tiempo, viejo? -Le contesto mientras cojo la jarra y me la llevo a los labios. El ríe por lo bajo y entrecierra con gracia los ojos, como preparándose para decir algo.

-¿Que tal está nuestro amigo mutuo? El tal Àn-Sether. -Me pregunta mientras bebo y le miro de reojo.

-Un poco jodido, no te mentiré, viejo. -Se me dibuja una tímida sonrisa.

De nuevo deja escapar algunas carcajadas mudas.-El viejo Jalos se alegra por ello amigo. -me dice mientras pone su mano en mi hombro. -Te espero atrás, no tardes. -Tras decirme esto abandona la barra y pasa tras de mí mientras me termino la cerveza. Se abre camino entre la multitud de gente en la taberna hacia una vieja puerta de madera astillada. -¡Jean! ¡Deja de charlar y ponte en la jodida barra que me tengo que ausentar!- Una joven de no más de veinte años se da por aludida, se disculpa ante las jóvenes con las que estaba hablando y viene rápidamente. Me dedica una tímida mirada y se pone a limpiar las jarras vacías de la mesa. Y yo la miro en silencio al otro lado de la barra.

Debajo de una boina verde de lana se pueden entrever mechones ondulados de cabello rojo, de tono aún más oscuro que el del viejo tabernero, pero no eran familia. El viejo Jalos tuvo una familia hace mucho tiempo, pero Jean no era su hija. Me contó su historia en el pasado. Aún así me quedo embobado mirándola detrás de la jarra, mojando los labios sin beber, no quiero que se acabe. Entonces caigo en la cuenta de lo estúpido que debo parecer y que Jalos me está esperando tras la puerta. Doy un trago generoso que llama la atención de la chica dejo la jarra a su merced mientras cojo mis cosas. Mientras me dirijo a la puerta me doy la vuelta para ver la cara de sorpresa de la joven al ver que he dejado una moneda de plata en el fondo de la jarra. Cuando levanta la cabeza para tratar de dar conmigo me volteo y abro la entrada a las bodegas.




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