Desde hace ya un año no dejo de escuchar el
nombre de Fernando Aramburu a través de recomendaciones que me incitan a leer
esa gran opera magna suya que es Patria (2016). Sin embargo, con tantos libros
en la sala de espera no me atreví a hacer frente a una novela de tal escala. Es
por ello que, cuando alguien me recomendó Años Lentos (2012) y vi que era una
novela breve y con pretensiones similares a Patria, me animé a leerla.
Me encontré así con una novela que, más que
pretender hacer literatura, pretende hacer memoria y recuerdo. Años Lentos es
una puerta que nos lleva a un momento histórico y a un lugar específico a
través de los recuerdos de su protagonista: un chico navarro de 8 años que va a
vivir con sus tíos al San Sebastián de 1968.
A partir de esta premisa, Aramburu hace gala de
un estilo narrativo ligero, conciso y claro para narrar las vivencias de una
familia de clase obrera y poder reflejar la realidad histórica con una
exactitud y verosimilitud que llega a incomodar al lector pues, junto con las
notas del propio autor colocadas como parte canónica de la obra, parece que
estemos leyendo una novela fruto de la correspondencia e hipotéticas entrevistas
entre su protagonista y Aramburu.
En apenas doscientas páginas Aramburu consigue
trasladarnos en el tiempo al País Vasco de finales del franquismo, para que
conozcamos de primera mano y a través de sus personajes la vida de una familia
obrera, la importancia de las convenciones sociales, de las apariencias, el
peso de la moral católica, el papel del euskera en la sociedad vasca del
tardofranquismo y cómo la juventud es introducida a la causa nacionalista e,
inevitablemente, a la causa de ETA.
La propia alma de la novela se ve destilada en
su título, que refleja claramente, según palabras del autor, el efecto en el
tiempo que causaba el franquismo en España, donde "un minuto duraba minuto
y medio o más".