13 de julio de 2018

Parecía.

Parecía simple y disfrutable cuando se miraba sin perspectiva, como el ver una carretera desde el aire. Se sentía perfecto, una apuesta en seguro, y se olía lo dulce y fresco del deseo sano.

Pero no. Porque la simpleza esconde complejidad, lo fácil deriva en difícil y lo perfecto en dramático. Se diluyen más luces, más nombres y más roles. Se aspira en el aire el regusto amargo del saber que el final hará costra.

Cambia el camino, no el destino.

25 de febrero de 2018

Reseña de Años Lentos (Fernando Aramburu)

Desde hace ya un año no dejo de escuchar el nombre de Fernando Aramburu a través de recomendaciones que me incitan a leer esa gran opera magna suya que es Patria (2016). Sin embargo, con tantos libros en la sala de espera no me atreví a hacer frente a una novela de tal escala. Es por ello que, cuando alguien me recomendó Años Lentos (2012) y vi que era una novela breve y con pretensiones similares a Patria, me animé a leerla.

Me encontré así con una novela que, más que pretender hacer literatura, pretende hacer memoria y recuerdo. Años Lentos es una puerta que nos lleva a un momento histórico y a un lugar específico a través de los recuerdos de su protagonista: un chico navarro de 8 años que va a vivir con sus tíos al San Sebastián de 1968.

A partir de esta premisa, Aramburu hace gala de un estilo narrativo ligero, conciso y claro para narrar las vivencias de una familia de clase obrera y poder reflejar la realidad histórica con una exactitud y verosimilitud que llega a incomodar al lector pues, junto con las notas del propio autor colocadas como parte canónica de la obra, parece que estemos leyendo una novela fruto de la correspondencia e hipotéticas entrevistas entre su protagonista y Aramburu.

En apenas doscientas páginas Aramburu consigue trasladarnos en el tiempo al País Vasco de finales del franquismo, para que conozcamos de primera mano y a través de sus personajes la vida de una familia obrera, la importancia de las convenciones sociales, de las apariencias, el peso de la moral católica, el papel del euskera en la sociedad vasca del tardofranquismo y cómo la juventud es introducida a la causa nacionalista e, inevitablemente, a la causa de ETA.


La propia alma de la novela se ve destilada en su título, que refleja claramente, según palabras del autor, el efecto en el tiempo que causaba el franquismo en España, donde "un minuto duraba minuto y medio o más".

16 de marzo de 2016

Ponte.

Ponte guapa
porque no eres de nadie.
Ponte triste
por los que dicen que sonrías.
Ponte fría
por los que creen que lloras con Titanic.
Ponte sabia
por los que pretenden corregirte.

Ponte a gritar
por los que te piden silencio.
Ponte a correr
por los que te regalan tacones.
Ponte a beber
por los que te piden decencia.
Ponte a comer
por los que buscan cánones.

Ponte a reír
por los que te reclaman respeto.
Ponte a follar
por los que sueñan con putas.
Ponte a hacer el gilipollas
por los que te llaman la atención.
Ponte a vivir
por los que te llaman a la vida.

Ponte a ponerte, mujer.

Que no oiga yo el silencio
que implanta el cuchillo.
Que no oiga yo las cifras
de las noticias crecer.
Que yo quiero a Eva libre
y a mi lado caminar.

16 de febrero de 2016

La irrefrenable voluntad humana de liberarse de la desesperación ante la inevitable condena.

Cerrar la puerta. Tumbarse en la cama. Apagar la luz. Dormir. No. Intentar dormir. No se duerme. Piensa. Reflexiona. En la felicidad, en el amor, en el dolor, en la amistad, en el miedo...

...y en el inevitable cese de la experiencia física y mental recibida mediante la conciencia individual de un ser condenado a morir.     

Se desliza sinuosa la muerte en sus pensamientos, en el momento en el que la casa está vacía, en silencio, a oscuras. Solitario hombre que abre sus ojos y se despide de las esperanzas de poder dormir. Se levanta, se mueve, anda pesadamente por la casa, intranquilo y con gran ansiedad. Siente sudores fríos y una irrefrenable necesidad de hacer cosas, de salir a la calle descalzo y alzar los brazos a la luna, de hablar con sus amigos, de saludar a sus padres, de correr y subir al monte y sentir la hierba húmeda y el aire limpio. 

El pesar no desaparece ante la certeza de saber que en un tiempo injustamente breve dejara de existir. No es miedo. Es pesar y tristeza. No se puede temer algo irrevocable, se debe aceptar, pero dicho ejercicio no puede sino venir acompañado del pesar. De saber que un día no podrá sentir el gozo de despertar de un sueño y estirarse en el lecho. De saber que un día no podrá saborear una cerveza fría en una terraza con tres amigos. De saber que un día no podrá pasar una tarde con su familia. De saber que un día no podrá volver a sentir miedo, dolor, felicidad, gozo, nostalgia o valentía. Porque no habrá conciencia que sustente esos sentimientos.

El estómago se le carcome. Se lleva las manos a la cabeza y cuando quiere darse cuenta está agachado en el pasillo, con la cabeza entre sus rodillas y las manos en su nuca, repitiendo una y otra vez. 

-No... no... no... NO JODER, NO.

El no tiene miedo a la muerte. Pero se siente un cobarde. Porque no la quiere recibir, pero tampoco la quiere evitar. Una vida mortal de quince lustros es tan terrorífica como la condena de vivir una eternidad, ante las desgracias del inmutable paso del tiempo y la monotonía de la cronología de las grandes escalas. No sabe que quiere. Y ahí subyace su belleza. Es un ser que no quiere aceptar la muerte pero tampoco desea vivir por siempre. El dilema de presenta irónico. Ya no niega y reniega la realidad, ahora se ríe, pero con dolor. De sí mismo y de su desdicha. ¡Qué desgracia la condena a existir! ¡Qué pesar el deber de aceptar el propio destino! Desearía con ganas poder creer en la palabra de Abraham y tener la esperanza de un paraíso para mi conciencia. Entiende a los que se lanzan a los brazos de la fe, pues este temor es su sustento.

No le queda otra que tranquilizarse. Cesan las negaciones y las risas frías mientras golpea el suelo con sus pies. Respira hondo por tres minutos y se pone de pie. Apaga todas las luces que inconscientemente ha encendido en la casa. Cierra la puerta. La única manera para superar su crisis de conciencia es el olvido. Se obliga a olvidar que le espera algo inevitable, al menos por unos meses, hasta la siguiente noche solitaria en la que no concilies el sueño y la crisis retorne, y vuelva a sentir esas ganas irrefrenables de salir a la calle y prender fuego al cielo. 

Todo irá bien.

9 de agosto de 2015

Kleio

Era Kleio, la hija del monarca cuyo padre fue el tiempo
y de éste el señor de firmamentos.

Moradora del Parnaso, ella una de las nueve,
porta piel de Pérgamo y trompetas.

Con sangre en la tinta y palabras de Jenofonte,
para velar mil vidas en mil tierras.

Aquella cuya gracia hace que el tiempo dance
y da voz a los muertos por milenios.

Era Kleio, de las musas hijas de los dioses,
quienes dieron inmortalidad a los hombres.

1 de junio de 2015

La irónica dicha de los niños inocentes.

Dicen
que más allá,
pasados los días eternos
donde la lluvia es hielo
y la bruma es sombra;
nacen fugaces
estrellas
de dolor
y de soledad.

Dicen
que no hay ojos que aprecien
en la tierra de los nietos de Adán
tal destello
de inocencia,
de miedo
y de olvido.

Dicen
que alzan la vista al cielo
buscando gloria,
buscando paz,
buscando vida,
buscando.

Dicen
que quedan
las estrellas caídas
en desesperación,
por azar o por debilidad,
pudriéndose
en la sal.

Dicen
que se tornan en carcasas
y se entierran hondo
en túmulos sin nombre,
y se olvidan sus caras
para perderse
y no encontrarse
en la inmensidad
de los días venideros.



10 de marzo de 2015

El pájaro.

Hoy cuando volvía de la facultad por la avenida de los castros, además de un sol increíble, soplaba un viento considerable. No era nada importante, era una corriente leve para cualquiera, nada que ver con esas ventoladas que te permiten creerte Michel Jackson en Smooth Criminal cara al viento. Sin embargo, cuando me paré en un cruce de peatones a la espera de que el semáforo me dejase pasar (o más bien a que dejasen de pasar coches, porque aquí los semáforos parecen el decorado de una película) vi una escena un tanto curiosa.

Un pequeño pájaro -qué se yo si gorrión o golondrina-, se encontraba volando a contra viento. Algo trivial, sin duda, pero que me llamó la atención pues mi plumífero amigo parecía encontrarse en la ingravidez. No parecía volar, sino levitar en un punto fijo en las tres dimensiones espaciales; y su cuerpo no se inmutaba ni un milímetro mientras batía las alas con esmero. Era sorprendente cómo se mantenía inmóvil en el aire, en un baile hipnótico entre el viento, sus alas y las leyes de la física (y de la termodinámica, por supuesto).

Y esta imagen me dio que pensar. Porque aquí nuestro danzarín de las corrientes ni avanzaba ni retrocedía, sino que se mantenía estable. Sin embargo, para mantenerse estable necesitaba batir sus alas con gran fuerza. La lógica más básica me hacía pensar que para mantenerse inmóvil y estable debiese requerir de dejar de agitarlas. Y para avanzar debería batirlas. Y para retroceder darse la vuelta y volar en la otra dirección (o ser un Colibrí, esos cabrones son novios de la muerte y vuelan de culo como si fuesen artistas de circo). Sin embargo esa lógica aquí no funcionaba. El pájaro, ante la fuerza del vendaval, tenía que esforzarse, tenía que batir sus alas para siquiera quedarse en su sitio. El dejar de batirlas significaría dejarse llevar por la corriente, rompería el equilibrio y probablemente le derribaría contra el suelo. Y entonces, ¿cómo avanza el pájaro? ¿cuán fuerte ha de batir sus alas para ganar a la cruel naturaleza?

Entonces creí capaz de extrapolar esa imagen.

Quizás, el pájaro somos nosotros, y el viento sea la vida a la que tenemos que hacer frente, y si no batimos las puñeteras alas muy fuerte nos hostiamos contra el suelo.

Quizás, tener una vida estable no requiere el no hacer nada bien ni nada mal, sino que tenemos que tratar de ir siempre adelante sólo para evitar retroceder ante las fuerzas de la vida.

Quizás, para avanzar tengamos que sufrir, que sudar y que sangrar en exceso; pues es lo que pide a cambio el viento.

O quizás el pájaro sea lo que es, un animal, un ser salvaje y natural no civilizado; y nosotros somos el viento, tocándole los huevos, haciéndole sufrir para siquiera vivir en estabilidad, porque el pájaro sin duda lo tendría más fácil sin vendavales.

O quizás el pájaro sea el buen salvaje, y el viento es el estado, y yo soy francés y estamos en 1762.

O quizás las alas del pájaro son una pareja de atracadores, y el viento sea un negro con una 9mm, un maletín y citas de la biblia.

O quizás el pájaro seas tú, y el viento soy yo, que te estoy haciendo sufrir leyendo más de treinta líneas de texto que probablemente no vayan a aportarte nada, que no tienen sentido ni razón de ser. Quizás escribo esto sólo para ver lo fácil que es escribir extensamente sobre burdas trivialidades.

O quizás sí lo tiene, y estuve allí parado admirando al pájaro durante un minuto entero, como en las películas cuando el protagonista está paseando por la calle y ve una escena trivial, pero que sin embargo le recuerda a algo importante crucial para la trama, y el prota se queda mirandolo fíjamente mientras la cámara hace un zoom intermitente entre la escena y un primer plano del protagonista.

Quizás yo también he vivido eso.

Bueno, el caso es que hoy he visto un pájaro.